XX Encuentro Internacional de Poetas en Zamora

(9-12 de junio 2016)

 Por Daniel Olivares Viniegra

La crónica hubiera de empezar, por supuesto, desde un tanto antes; digamos desde el momento en que uno conoce a Roberto Reséndiz Carmona, y descubre en él a un hombre íntegro, sincero y afable, pero que además lleva en el pecho un tizón ardiente capaz de convocar, provocar y encender los más sublimes fuegos y mantenerlos ardiendo por todo tipo de lugares; pero -ante todo- ante todo tipo de avatares y vendavales, como los que se agitan por allá por sus lares purépechas. Así ha venido haciéndolo por ya largos años, y más años aún que le restan.

De esta manera, llegamos a Zamora desde un jueves por la tarde, altamente relajados, y dispuestos a subir, gradualmente y con todo acomodo, la cuesta de la incorporación de múltiples y nuevos nombres, rostros, sentimientos, latencias y voces.

La organización y asistencia para el inicio y desarrollo de los trabajos, el viernes por la mañana y los días subsiguientes, fue de lo más funcional sin caer en excesos cronométricos, más allá de los lógicamente pactados, y predominando en todo momento la afabilidad de los zamorenses, y en particular la de los integrantes del equipo más cercano.

El primer dardo directo al corazón consiste en encontrar listo y disponible (como obsequio) el libro-antología que recopila poemas y datos de todos los participantes, sin que se desdeñen todos los demás detalles aportados amablemente por los patrocinadores. (Inclúyase, por cierto, como uno de los más destacados la sonrisa perpetua y la abierta actitud de servicio de las jóvenes edecanes).

Luego del protocolario acto de inauguración, donde lo más destacado hubo de ser (como lo fue) el breve manifiesto contra la(s) violencia(s) que siguen sacudiendo a la tierra michoacana (como a nuestro México todo y a varios sitios del mundo), anteponiendo a ello las correspondientes acciones de paz, concordia y paso a la cultura como la que implica la realización de este Encuentro, nos dimos a la tarea de atender la invitación que se nos hacía por parte de planteles educativos de todos los niveles de los municipios de Zamora, Jacona y Tangancícuaro.

Al poeta Miguel Ángel Toledo y a mí nos correspondió acudir a una de las filiales que la Universidad Veracruzana tiene instaladas en Zamora. La recepción, como se esperaba, fue amable y nutrida, y pasó de lo expectante o hasta intimidante (para ambas partes, poetas y público) hasta conquistar el grado de afinidad esperado. Como voceros del Encuentro, explicamos a estudiantes y académicos el sentido de la actividad, la programación de actividades, y los invitamos a seguirlas en la medida de sus posibilidades. La timidez de las preguntas o comentarios pronto dio paso al disfrute y a la participación plena y hasta desenfadada, y terminaron leyendo algunos poemas de la Antología del Encuentro no sólo los académicos y alumnos sino hasta el guardia de seguridad que para ello fue alborozadamente exigido, y que sin dudar correspondió no sólo con alegre talante sino con vibrante voz y garbosa presencia.

Por la tarde del viernes, las primeras mesas nos acercaron tanto al nutriente discurso de las voces invitadas como al inesperado bullicio y atención por parte de un centenar de jóvenes bachilleres y otra similar cantidad de asistentes diversos.

El sábado, con el paréntesis un tanto más académico o formal que se abrió durante las presentaciones de libros (y que como se supuso sería mayormente de redituable interés para los propios poetas o editores), el ambiente abierto, gozoso y de plena comunión se retomó durante las mesas de cierre que, a querer o no, impusieron la dinámica de tratar de terminar desde el propio templete literario “a tambor batiente”, como de hecho sucedió. Me tocó la fortuna de animar de algún modo tan vital momento y el premio de las felicitaciones espontáneas por parte de los propios colegas, pero más aún de los jóvenes escuchas (algunos de ellos escritores en ciernes) y hasta por parte del público de muy distintas edades y niveles constituye sin duda la mejor presea que cualquiera hubiese querido obtener.

El colofón a la tarea cumplida no pudo ser otro sino la alegre e intensa convivencia con la mayor parte de los poetas invitados que seguimos la fiesta desde esa noche (o en realidad desde jornadas antes) y hasta el amanecer, pasando por el cierre también del todo formal y emotivo, pero ya totalmente festivo junto al lago de Camécuaro. Ahí debió empezar el descenso hacia la realidad dados los compromisos de traslados por cada uno ya pactados. Todo un cargamento de revitalizantes emociones, bellos rostros, reconfortantes abrazos y amistosas sonrisas, es decir de poesía pura, nos acompañó durante el camino de regreso, sobre todo al verlos proyectarse y evaporarse una vez más sobre el hermoso espejo que conforma la laguna de Cuitzeo.

A nadie se lo comenté, pero, en lo personal, acudí a Zamora para poner en paz mi alma y mi espíritu, luego de que una tragedia familiar por aquellos confines ocurriera; y aunque lo sabía desde siempre, y lo comprobé desde antes: los buenos somos más y habremos juntos de seguir alimentando y nutriendo el aliento de la redentora esperanza, me hacía falta mirarme una vez más y reconocerme en los ojos de tanta gente buena. Ergo, consummatum est. Regreso ahora a mi hogar única y solamente con sosegadas mariposas monarcas bulléndome en el alma.